María es la reina que posee y ejerce sobre el
universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.
El título de Reina no sustituye, ciertamente,
el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y
expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.
San Germán de Constantinopla, dirigiéndose a
María en su Homilía 1: PG 98, 348 dijo:
Cristo quiso «tener, por decirlo así, la
cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos
que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino,
todo lo que le pides»
Elevada a la gloria celestial, María se dedica
totalmente a la obra de la salvación, para comunicar a todo hombre la felicidad
que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee, compartiendo,
sobre todo, la vida y el amor de Cristo.
Se puede concluir que la Asunción no sólo
favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de
nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos
en nuestro itinerario terreno diario.